Detroit: la capital del automóvil sueña con reinventarse

Detroit: la capital del automóvil sueña con reinventarse

Éxito, decadencia… ¿renacimiento? La evolución de la ciudad de Detroit en el último siglo la ha convertido tanto en emblema del capitalismo industrial como en ejemplo de decrepitud urbana y quiebra financiera. Los motivos por los que la capital del estado de Michigan se ha movido entre estos dos extremos son varios, pero lo que sin duda es innegable es la estrecha vinculación entre su devenir y el de la industria automovilística, pivotada por las Big Three: General Motors, Ford Motor Company y Chrysler.

Una de las piezas fundamentales del engranaje que convertiría a Detroit en ‘la capital del automóvil’ la puso Henry Ford, creando la primera compañía que gracias, entre otros, a la producción en serie logró sacar al mercado en 1907 un coche sencillo y barato al alcance de la familia media americana: el Ford T. Empezaba así la historia de la democratización del automóvil, pero también la del gran crecimiento de una ciudad de privilegiada ubicación para el comercio y con fácil acceso a materias primas.

La expansión fabril trajo en paralelo el fortalecimiento del activismo laboral, y lo cierto es que Detroit vivió en los años 30 amargos conflictos entre propietarios y trabajadores de las empresas automovilísticas. Esto no impidió, sin embargo, que la ciudad se beneficiara de un aún mayor desarrollo industrial a raíz de la participación de Estados Unidos en la segunda guerra mundial, lo que le valió el pretencioso sobrenombre de ‘El arsenal de la Democracia’. Ya finalizada la contienda bélica, General Motors, que había mantenido estrechos vínculos con el régimen nazi, se convertiría en la mayor empresa estadounidense en cuanto a ingresos y en una de las que más trabajadores empleados tenía del mundo.

Desarrollo industrial y demográfico

Durante la primera mitad del siglo XX, este crecimiento económico fue acompañado de un gran aumento de la población, alimentado, en gran parte, por la llegada de inmigrantes del sur del país y de Europa oriental atraídos por la demanda de mano de obra de la industria. Sin embargo, a partir de los 50, la tendencia empezó a invertirse. La construcción de autopistas y el arraigo de la cultura del automóvil provocaron que la ciudad fuera abandonada en favor de poblaciones residenciales del entorno. Primero, por muchas familias acomodadas en busca de mejores casas y, después, por las propias fábricas, que requerían mayor espacio para sus cadenas de montaje automatizadas. Los disturbios derivados de tensiones raciales que se produjeron en 1967 aceleraron el proceso de despoblación de Detroit, que vio cómo también caían sus ingresos mediante impuestos. Mientras occidente se movía al ritmo Motown, la mítica discográfica fundada en Detroit, la ciudad parecía ir perdiendo su brillo.

Imagen eliminada.

 

Una de las muchas fábricas abandonadas de Detroit.

Al descenso en el número de habitantes, le siguió el declive de la industria automovilística por motivos diversos. Para algunos analistas, el problema surgió en los 70, cuando las empresas japonesas empezaron a exportar masivamente sus vehículos a Estados Unidos. Algunos fabricantes nipones y también europeos, como Honda o Volkswagen, incluso decidieron trasladar parte de su producción al país, pero no eligieron la capital de Michigan para instalarse sino el sur, con unos salarios más bajos. Otros expertos acusan a la industria americana de preferir buscar la protección del gobierno a apostar por la mejora de sus vehículos y procesos para ser competitivos.

Hay quienes apuntan al poder de los sindicatos y a la sumisión a éstos por parte de los poderes públicos como culpables de que las empresas prefieran moverse a otros territorios y los hay que incluso señalan a la estrategia llevada a cabo por las compañías de exprimir a proveedores y concesionarios como la responsable de arruinar en poco tiempo la reputación que se habían ganado a lo largo de años. La crisis que estalló en 2008, sumada al incremento del precio del petróleo, fue también un durísimo golpe para la industria automovilística. Hasta tal punto que el gobierno de Bush tuvo que acudir al rescate de dos de las grandes, Chrysler y General Motors, con un préstamo de 17.400 millones para evitar su quiebra.

Ciudad fantasma

Durante las últimas décadas, la caída continua de población e ingresos profundizó el desmoronamiento de la ciudad, así como el aumento de la criminalidad. En los 80 y 90 llegaron a producirse incendios intencionados de casas abandonadas. Actualmente, Detroit cuenta con 78.000 edificios vacios, 66.000 solares sin ocupar, espacios simbólicos desatendidos y servicios públicos bajo mínimos. En julio de 2013, la ciudad se declaró en bancarrota, con una deuda de 20.000 millones de dólares, después de que la Administración de Obama le negara el rescate. Atravesar las calles de muchos de sus distritos es hoy un espectáculo desolador en el que uno tiene la sensación que la urbe ha sido el escenario de una catástrofe natural y que sus habitantes han tenido que salir corriendo.

Algunos piensan, no obstante, que esta caída ha marcado un punto de inflexión, que éste podría ser el momento para el resurgimiento de un nuevo Detroit. El futuro es incierto, pero la palabra Renacimiento parece estar tomando sentido en esta ciudad gracias a un cambio de actitud de sus habitantes, que quieren convertirla en un ejemplo de regeneración urbana y sostenibilidad. Tomando ideas de la permacultura y la agricultura de guerrilla, algunos vecinos han decidido convertir los espacios vacios en huertos, y hipsters de todo el país ya llegan con el objetivo de convertir la ciudad fallida en ciudad verde.

Por su parte, las Big Three parecen haber superado sus problemas financieros y han presentado importantes beneficios en 2013, en lo que algunos consideran el renacer de la industria automovilística local. Pese a que los máximos responsables de Ford, Chrysler y GM han mostrado públicamente su compromiso con la ciudad que durante tantos años ha sido su hogar, falta por ver cómo se concretará esto y si deciden mantener en ella la producción de coches. El optimismo se respiraba en el ambiente de la última edición del Salón del Automóvil de Detroit, uno de los tres más importantes del mundo. Esperemos que ese mismo entusiasmo se extienda por la ciudad para afrontar el difícil reto de renacer sobre sus cenizas.